A LA VUELTA DEL CONGO
Asimilando el viaje
Durante varias semanas seguí pensando en el viaje. Como íbamos con seguridad en todo momento, es como si hubiera estado en una burbuja aislada de la realidad. Como si hubiese sido una ilusión y nunca hubiera estado allí. También hay que tener en cuenta que viajamos a la megaciudad de Kinshasa, la capital de la República Democrática del Congo, y que seguramente la experiencia variaría un poco si frecuentásemos ambientes más rurales.
Uno de mis mejores recuerdos fue visitar Lola Ya Bonobo, un refugio de bonobos. El bonobo es un animal cuya conducta considero muy interesante y que tiene un valor simbólico acerca de cómo entiendo las relaciones humanas. De camino al refugio, alejado de la capital, el viaje se volvía más verde. Me evocó a mi Galicia natal y me sentí un poco más libre, fuera de esa burbuja. Otro recuerdo fue grabar un atardecer en el río: contraluces, el reflejo en el agua… suficiente para que el trabajo saliese casi solo.
Antes de partir, tenía la sensación de que la vida quería que me fuese a África y, que de alguna manera, me iba a ayudar a abrir la mente, sobre todo, a nivel creativo. Llevo desde el último cortometraje, «Tercera Oportunidad», pensando en el siguiente trabajo, pero nada me convencía. Sabía que visitar África estaba calando mucho en mi mente. Sin embargo, la idea no llegó ni durante el viaje ni después. Fue justo antes de ir. Toda la información que recapitulé las semanas previas fueron mi fuente de inspiración.
Curiosamente, el choque cultural lo tuve al bajarme del avión de vuelta en Barajas, el Aeropuerto de Madrid. Pensé que las personas europeas somos bastante idiotas en ciertas cuestiones. Concretamente, fue cuando vi a dos muchachos «fashion victims».
Desde que he vuelto soy aún más consciente de ciertos aspectos. Ya conocía los baños secos y los ciclos sostenibles, pero ahora aún me da más rabia desperdiciar agua (por no hablar del tema de los móviles y el coltán).
A la vuelta, la mayoría de la noches mis sueños tenían lugar en escenarios africanos. Aunque los sueños fueran sobre cuestiones «más» europeas. Duró como un mes o algo más. Supongo que estaba procesando toda la información que recapitulé.
Con un poco de perspectiva
Por cuestiones laborales tuve que seguir documentándome sobre esta tierra, tanto que llegué a comprender el francés escrito. Por lo que deduzco que el viaje había sido muy motivador.
Una anécdota o recuerdo que vuelve potentemente a mi cabeza es relacionado con una hoja de afeitar que apareció entre el cabecero de una de las camas y la pared, de camino al baño. Podía haberme cortado sin darme cuenta. Me dio muy mal rollo. Mucho. Tanto que le hice una fotografía y me fui a dormir con muy mal cuerpo. El no saber de dónde salió la cuchilla, ni la razón por la que estaba en un lugar tan extraño ha machacado mi curiosidad desde entonces y algo se ha activado con el tiempo. Ahora cada vez que veo un artículo sobre (el horror de las) ablaciones con su referencia visual por antonomasia, la cuchilla, no puedo evitar hacer una asociación de ideas y sentir un escalofrío. ¿Será esta la prueba de que he vuelto a la «normalidad» occidental?
Hay posibilidades de que vaya ampliando y actualizando estas publicaciones, porque a lo mejor se me escapan cosas o aspectos que tengo que ver con más perspectiva todavía. El tiempo lo dirá.
No sé si pisaré alguna vez más esa tierra llena de vida. Los datos dicen que hay muchísima muerte también, pero yo vi mucha vida y esa es la sensación que traje de regreso. Otra de las paradojas de África…
Quizás allí las personas «estén» más vivas que aquí.
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